Amigas y amigos:
Aprovecho este medio para invitarlos a que reflexionemos sobre los retos
que enfrentamos los mexicanos. De tal manera comparto con ustedes mi publicación semanal de Excélsior, esperando contar con sus comentarios.
Estoy convencido que una de nuestras tareas principales radica en precisar y difundir nuestras ideas y propuestas para transformar la realidad, construyendo un México justo y equitativo.
En ese sentido, seguiremos construyendo espacios para el debate y propagación de propuestas de todas aquellas y aquellos demócratas de izquierda.
Por último, los invito a que visiten nuestros sitios en Internet:
Estoy convencido que una de nuestras tareas principales radica en precisar y difundir nuestras ideas y propuestas para transformar la realidad, construyendo un México justo y equitativo.
En ese sentido, seguiremos construyendo espacios para el debate y propagación de propuestas de todas aquellas y aquellos demócratas de izquierda.
Por último, los invito a que visiten nuestros sitios en Internet:
Reciban un fraternal saludo de mi parte.
Jesús Ortega Martínez
Jesús Ortega Martínez
"Desprenderse de los mitos"
Por Jesús Ortega Martínez
Excélsior, Sección Opinión, 11 de Octubre de 2011
Como en pocos países, en México la política se desarrolla y lleva a cabo
envuelta en una compleja estructura de poder colmada de mitos y
prejuicios; los mismos que, a través de lenguajes, símbolos, formas y
comportamientos, han contribuido decididamente en nuestro proceso
histórico y han sido determinantes para la conformación de la difícil
realidad que ahora vive nuestro país. A esa mitología de la política
mexicana no ha podido sustraerse la izquierda y, por el contrario, a lo
largo de su propia historia ha favorecido que sea parte importante de su
ideología, de su pensamiento.
Uno de esos mitos de la izquierda mexicana, que ha compartido —por
muchos años— con las fuerzas conservadoras, es que "el presidencialismo
es la única forma de gobierno posible en nuestro país". Este mito tiene,
desde luego, orígenes históricos nacionales (el tlatoani, el virrey, el
hombre providencial, el cacique, el jefe máximo), pero también es parte
de una cultura política autoritaria que ha acompañado a la izquierda
mexicana desde la revolución bolchevique y especialmente durante el
estalinismo. Estas dos herencias históricas que aún carga la izquierda,
influyen sustantivamente para que ésta siga creyendo, en momentos tan
dramáticos para el país, en la necesidad del "presidencialismo" como la
única vía para "la salvación de la patria".
Este mito que asume una parte de la izquierda es en esencia el mismo que
ahora enarbolan sus contrincantes políticos, especialmente el PRI, que
en sus afanes restauradores propone a través de Peña Nieto un
presidencialismo más autoritario y con menos representatividad que el
que terminó en el año 2000. El presidencialismo de Peña Nieto es una
forma más elaborada de caudillismo; es el que se construye desde el
poder de los medios de comunicación y al margen de la política.
Dice Ernst Cassirer: "Siempre que hay una empresa peligrosa y de resultados inciertos surge una magia elaborada y una mitología conectada con ella" [...] "En situaciones desesperadas, se recurre a medidas desesperadas y si la razón nos falla queda el último recurso, queda el poder de lo mitológico. El anhelo del caudillo aparece cuando un deseo colectivo ha alcanzado una fuerza abrumadora y por otra parte se ha desvanecido toda esperanza de cumplir ese deseo por la vía normal, ordinaria (democrática) y se declara que los vínculos sociales como la ley, la constitución, han perdido todo valor y lo único que queda es la autoridad del caudillo, y el caudillo es toda la autoridad".
De alguna manera, esto sucede ahora en nuestro país. Se ha agotado el
pacto social que se constituyó a principios del siglo pasado, se
disolvieron las alianzas que lo sostuvieron, la Constitución y las leyes
pierden actualidad y vigencia, la política pierde credibilidad y... la
desesperación en la sociedad posibilita la medida desesperada de la
regresión hacia el viejo régimen presidencialista antidemocrático. Sea
esto por la ruta que traza el poder mediático tripulando al PRI; sea por
la ruta del conservadurismo calderonista, empeñado —como en los viejos
tiempos del priismo— en imponer sucesor; o sea por la ruta de una
izquierda que asumiéndose revolucionaria, paradójicamente, se obstina en
mantener el viejo régimen del poder político unipersonalizado.
En la izquierda se debería comprender que en los tiempos de crisis es
cuando hay que derrumbar las antiguas formas de dominación y dentro de
éstas se encuentra el mito de que el pueblo de México —por su
idiosincrasia y su historia, dicen— "necesita de un salvador de la
patria".
El cambio verdadero en el país requiere hacerse fuera de la mitología
que ha substituido a la política. Avanzaremos en la medida en que
dejemos de idolatrar al personaje para, en lugar de esto, construir un
nuevo régimen de gobierno apuntalado en una nueva mayoría social y
política, en un sistema de instituciones democráticas y en un nuevo
pacto social.
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